"Los días que siguieron fueron los más difíciles de mi vida. El me usó. Me maltrató. Me humilló. Me hizo llorar de dolor. Me llevó al límite. Nunca llegó a romperme, pero a veces tenía la sensación de que lo pretendía. Me follaba cuando quería, como quería, y cuando estaba tan cansada que solo era capaz de permanecer tumbada, como un mero agujero para su placer, me abofeteaba y me tiraba del pelo para que moviera mi cuerpo exhausto. Para cuando terminó, tenía todo el cuerpo marcado, como un lienzo abstracto documentando nuestro tiempo juntos: las marcas de los mordiscos en los pechos, las rabiosas rojeces en los atormentados pezones; los cardenales en los brazos; las nalgas cubiertas de verdugones colorados que consiguieron estremecerme y humedecerme durante semanas al recordar lo sucedido; su leche secándose en mi pelo y mis pechos. Hacía tiempo que las lágrimas habían arrasado con el cuidado maquillaje y mis cabellos estaban hechos un asco. Al igual que yo. James había conseguido derribar mis defensas.
Fue una experiencia liberadora, catártica, y en algunos momentos también aterradora. James me empujó hasta el mismísimo filo de lo que yo juzgaba aceptable. Con el paso de las horas y los días ya solo me importaba él, complacerle, satisfacerle, intentar no darle motivos para castigarme. James era mi mundo, y por primera vez en mi vida comprendía la clase de sumisión que consume, pues por primera vez la vocecita en mi cabeza que apelaba a la vergüenza y me preguntaba por qué actuaba así, permaneció callada. Me sentía conectada a James de una manera que no había experimentado con ninguna otra persona; él me comprendía plenamente, incluso cuando yo no me comprendía a mí misma. Cuando, llorando, le suplicaba que dejara de azotarme porque no podía resistirlo más y él continuaba de todos modos, le detestaba. Entonces me agarraba de la barbilla, acercaba mi cara a la suya y mientras yo le miraba a los ojos con odio me preguntaba si recordaba mi palabra de seguridad. Apretando la mandíbula le decía que sí, y cuando mi orgullo testarudo y mi espíritu competitivo me instaban a guardar silencio, me hacía suplicarle que siguiera pegándome. Me azotaba con la vara hasta hacerme tanto daño que no podía respirar, hasta que tenía la certeza de que estaba sangrando, y cuando James tenía la impresión de que había llegado al límite de mi resistencia, me pasaba un dedo por la raja. Me corría con la más suave de las caricias, y cuando regresaba a la tierra, saciada y sorprendida sin embargo de que la vara me hubiera conducido a un orgasmo tan violento, veía que estaba sonriéndome. Entonces se inclinaba para besarme con ternura antes de decirme que tendría que castigarme por haberme corrido sin su permiso.
Cuando decidió que había terminado conmigo, me amarró por el cuello al pie de la cama como a un animal, me ató las muñecas a la espalda y dejó que me abandonara al sueño haciéndome un desgarbado ovillo en el suelo mientras buscaba inconscientemente una zona de mi cuerpo sobre la que yacer cómodamente.
Tal vez suene extraño que semejante crueldad y humillación me inspiraran este pensamiento, pero al término de ese fin de semana supe que amaba a aquel hombre retorcido, inteligente y tierno que se enfadaba con la gente que trataba con crueldad a los animales pero disfrutaba imponiéndome castigos horribles. James había comprendido esas partes de mí que yo apenas era capaz de expresar, y las persuadía para que hicieran y soportaran cosas alucinantes y catárticas. Su intensidad me cortaba la respiración. Sentía que nadie me conocía tan bien como él, que nadie podía entender mi naturaleza, mi personalidad, mejor que él."
"The days that followed were the most challenging of my life. He used me. Abused me. Humiliated me. He made me cry. He made me ache. Pushed me. He never broke me but at times it felt like he was trying to. He fucked me, when he wanted, how he wanted, and when I was so exhausted I could not summon up the energy to do anything more than lie there, a fuckhole for his pleasure, he slapped my face and pulled my hair to make me move my weary body. By the time he finished I was marked all over, like an abstract canvas documenting our time together: the bite marks on my breasts, the angry redness of my tormented nipples; the bruises on the tops of my arms; my arse cheeks criss-crossed with red welts that made me squirm, made me wet thinking of what had happened, for weeks afterwards; his spunk drying in my hair and on my breasts. By the end, the tracks of my tears had washed away my carefully applied make up and my hair was a mess. I was a mess. He had demolished my defences.
It was freeing, cathartic and yet, at points, terrifying. He pushed me to the very edge of what felt acceptable to me. As the hours and days passed all I cared about was him – pleasing him, satisfying him, not doing anything to give him reason to punish me. He was my world and for the first time I truly understood the kind of submission which consumes you as, for the first time ever, the voice in the back of my head, calling out my shame, asking me why I was doing this, was silenced. I felt connected to him in a way that I never had to another person – he understood me completely, even when I didn’t understand myself. As I sobbed, begging him to stop caning me, pleading that I couldn’t take any more, and he continued anyway, I hated him. But he pulled my face to his, his hands hard on my chin and, while I stared at him with loathing in my eyes, he asked me if I remembered my safe word. Through gritted teeth I said yes, and while I battled with stubborn pride and a competitive spirit that meant I then lapsed into silence, he made me beg him to resume before he started again. He caned me until it hurt so much I couldn’t breathe, until I was sure I must be bleeding, and then, when he felt I couldn’t take any more, he ran a leisurely finger down my slit. I came, from this gentlest of touches, and when I came back to earth, sated and yet confused at how the caning could have inspired such a vicious orgasm, I saw him smiling down at me, leaning to kiss me softly before he told me I would have to be punished for coming without permission.
When he finally finished he tethered me to the foot of the bed like an animal, my wrists tied behind my back, and left me to sleep the sleep of the exhausted, curled in an ungainly way as I unconsciously tried to find a part of my body to lie on comfortably.
It may sound odd that such cruelty and humiliation inspired the thought, but by the end of our weekend I knew I loved this twisted, clever, tender man who got upset at people being cruel to animals but took joy in doing horrible things to me. He had understood the parts of me I could barely articulate, and coaxed them into achieving and enduring amazing and cathartic things. The intensity of it took my breath away – it was like no one had ever known me as well as he did; no one could understand my nature, my personality, better than him."
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